La austeridad es un concepto
denostado en el marco económico actual, aunque a mi parecer tiene connotaciones
positivas como la sencillez, la sobriedad, o la ausencia de ostentación. Lo
cierto es que fue una cualidad muy valorada por los griegos y los
romanos, siendo especialmente apreciada entre las personalidades públicas y en
todos aquellos (intelectuales, políticos, militares, etc.) que por ejercer
algún cargo importante o por su especial relevancia social podían servir como
referente colectivo.
Consecuentemente,
son muchas las anécdotas de griegos y romanos que hicieron gala de un carácter
austero. Por ejemplo, en sus Meditaciones,
el emperador Marco Aurelio agradece a su madre haberle enseñado a evitar el
modo de vivir propio de los ricos. Este hecho resulta llamativo teniendo en
cuenta que se trataba del hombre más poderoso del mundo, poseedor de los vastos
recursos de su Imperio. Sin embargo, Marco Aurelio escogió vivir como un
filósofo y un monarca comprometido con su tiempo, dando prioridad a sus deberes
morales como gobernante y rechazando los excesos del estilo de vida aparejados
a su posición social.
También el
sabio Epicteto dejó testimonio de su independencia respecto a los bienes materiales,
que consideraba una fuente de inestabilidad para el desarrollo personal:
“No tendré campos, no tendré
vajilla de plata, ni buenos ganados, pero tampoco tengo necesidad de ello,
mientras que tú, aunque poseas muchas cosas, tienes necesidad de otras. Quieras
o no quieras, eres más pobre que yo (…) En realidad tienes necesidad de lo que
no hay en ti: de equilibrio, de pensamiento conforme a naturaleza, de
imperturbabilidad (…) Eso tengo en vez de vajillas de plata o de oro. Tú, de
oro la vajilla; pero de barro el raciocinio, las opiniones, los sentimientos,
los impulsos, los deseos (…) A ti te parece pequeño todo lo que tienes; a mí,
todo lo mío grande. Tu ansia es insaciable; la mía está saciada”.
Otro personaje
que escogió llevar un modo de vida humilde fue Diógenes “el cínico”. Se cuenta
que caminaba descalzo, envuelto en una vieja capa y que solo tenía
por vivienda una tinaja. Entre sus escasas posesiones se encontraba una
escudilla que utilizaba para beber agua, de la que se deshizo al ver a un niño que
bebía con sus manos en una fuente: “este muchacho me ha enseñado que todavía
tengo cosas superfluas”, dijo al tirar su recipiente.
Otra
historia cuenta que Alejandro Magno hizo una visita a Diógenes, que se
encontraba sentado al aire libre, meditando mientras disfrutaba de la luz del
sol. El soberano macedonio le preguntó si podía hacer algo por él, dándole a
entender que le concedería cualquier cosa que le pidiera. Se dice que Diógenes respondió que sí, que había una cosa que deseaba y que Alejandro podía
concederle: “Querría pedirte que te apartes del sol, ese es mi único deseo en
este momento”. Esta respuesta debió agradar tanto al monarca heleno que
declaró: “Si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes”.
En definitiva, el desapego de los bienes materiales es un tópico habitual
dentro de algunas corrientes del pensamiento antiguo que sostenían que cuantas
más cosas posea una persona, menos se poseerá a sí misma. Por ello advertían de
de la dependencia que ocasiona la ambición de incrementar continuamente las
posesiones. Séneca dijo que: “Quien más
disfruta de sus riquezas es aquel que menos necesita de ellas”, y
Epicuro afirmaba que: “El que no considera lo que tiene como la riqueza más
grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo”.
Así pues, se trata una vez más de la búsqueda de la moderación, de la
vía media y del equilibrio que caracteriza a muchos pensadores grecolatinos. Y
como en tantas otras ocasiones, estas enseñanzas encontraron su eco en
intelectuales posteriores. Por ejemplo, Francisco de Quevedo, que fue plenamente
consciente de que “poderoso caballero es don dinero”, empezó otro de sus poemas:
Quitar codicia, no añadir
dinero,
hace ricos los hombres….
hace ricos los hombres….