miércoles, 13 de mayo de 2015

Los trabajos y los días

Un invierno hace ya unos cuantos años, en Pradillo, estuve leyendo Los trabajos y los días. No sé muy bien cuál puede ser la razón, pero todavía recuerdo muchos detalles sobre aquella lectura: la cocina de casa de mis abuelos calentada con leña, el libro rojo sobre el hule de la mesa redonda, repitiendo mentalmente cada frase de la obra que llamaba mi atención.

Es por ello que guardo un cariño especial por este pequeño libro y por lo que diez o doce años después he vuelto a leerlo. Es un escrito breve, en el que Hesíodo, un poeta griego que vivió hace veintisiete siglos, pinta una bella descripción de los quehaceres de los campesinos de su tiempo. Junto a una información muy valiosa sobre los usos y costumbres de la época, Los trabajos y los días ofrecen al lector contemporáneo algunas reflexiones de naturaleza moral y otras que muestran el sentido común de un hombre de campo bien instruido.

Quizá por eso la figura de Hesíodo me parece tan atractiva, pues dista mucho de ser un intelectual típico. Su vida en la naturaleza es ejemplo de la sabiduría del ámbito rural, cuyas riquísimas tradiciones culturales han sido decisivas en el devenir histórico.

Estas son algunas de sus frases:

De la maldad puedes coger fácilmente cuanto quieras; llano es su camino y vive muy cerca. De la virtud, en cambio (…) largo y empinado es el sendero hacia ella.

El hambre siempre acompaña al holgazán.

No te hagas rico por malos medios.

Aprecia al amigo y acude a quien acuda a ti.

La confianza y la desconfianza pierden a los hombres.

No siempre será verano; procuraos cabañas.

El alba que, al despuntar, pone en camino a muchos hombres y el yugo a muchos bueyes.

Reconoce el valor de la nave pequeña, pero coloca tus fardos en una grande.

Guarda las proporciones; la medida en todo es lo mejor.

La mala reputación es ligera y muy fácil de levantar, pero dura de soportar, y es casi imposible quitársela de encima.

Nunca tu pensamiento desmienta tu cara.

El hombre ruin se busca un amigo diferente en cada ocasión.

El mejor tesoro en los hombres, una lengua parca (…) Si hablas mal, pronto oirás tú peor.


jueves, 23 de abril de 2015

El giro humanista

Tras un tiempo en que los estudios y otras ocupaciones me han hecho descuidar el blog, presento una entrada que va a dedicarse a un libro que he leído recientemente. Su autor es Stephen Greenblatt y se titula: El Giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno. Barcelona, Crítica, 2012. 

Esta obra explica la influencia de las doctrinas filosóficas epicúreas de Lucrecio en el Renacimiento y la Edad Moderna a partir de 1417 cuando el humanista florentino Poggio Braciolini (descubridor también de Quintiliano y Vitrubio), encontró un manuscrito del De rerum natura, obra perdida desde la Antigüedad. Todo ello forma parte en un marco mucho mayor, el de la enorme influencia de la cultura grecolatina en Occidente, que al parecer de Greenblatt tuvo una fundamental importancia para la creación de nuestro mundo moderno. Todo ello parte de  la nueva actitud hacia los clásicos de los humanistas, que los usaron para transformar la sociedad de su tiempo.

Este hecho lo expresa a la perfección una carta de Francesco Barbaro a Poggio, reconociendo la inmensa utilidad de los redescubiertos autores clásicos: … “¡A cuántos hombres ilustres y sabios, muertos para la eternidad has revivido, gracias a cuyo ingenio, a cuyas doctrinas no solo nosotros podremos vivir noble y honrosamente, sino también nuestros descendientes!”.

En el caso de Lucrecio, el descubrimiento de su obra supuso un renacer del epicureísmo, que había sido difamado y enterrado por la Iglesia por ideas como la indiferencia hacia los dioses, que ni los seres humanos ni La Tierra son el centro del universo, que el alma muere y no existe el más allá, que las religiones son ilusiones de la superstición, etc. Para Lucrecio, Epicuro era un mesías que había librado a la humanidad de su miseria al proclamar que el fin supremo de la vida es la potenciación del placer y la reducción del dolor.

Lo cierto es algunas doctrinas del epicureísmo  contribuyeron a trasformar el mundo moderno y fueron muy influyentes en autores como Tomás Moro, Moliere, Montaigne,  Giordano Bruno y otros intelectuales, llevando a actitudes de rechazo de la omnipotencia de la providencia divina, el atomismo, el desarrollo de una visión filosófica de la vida, el escepticismo, materialismo y racionalismo, la supremacía de la ciencia sobre la fe, etc.

El propio Thomas Jefferson fue un gran admirador de Lucrecio y su afortunada fórmula de “la búsqueda de la felicidad individual” de la declaración de Independencia de los Estados Unidos es un eco del epicureísmo. De hecho, al ser cuestionado sobre su filosofía de vida, Jefferson escribió. “Yo, soy un epicúreo”.

En suma, la obra de Greenblatt realiza un elogio del humanismo de la cultura clásica y renacentista: de sus ambiciones intelectuales, de su sed de conocimiento, de su curiosidad por el mundo natural y por la ética, por la búsqueda de respuestas a los interrogantes de la vida al margen de una divinidad. Como escribió Flaubert, “Hubo un momento de la historia, entre Cicerón y Marco Aurelio, en el que los antiguos dioses se habían olvidado, y aún no había llegado Jesucristo. En ese momento, estaba solo el hombre”. 




martes, 3 de marzo de 2015

Pensamientos de Cicerón (II)

Dedico una segunda entrada a mostrar una selección de aforismos de Cicerón que tratan sobre temas universales como la justicia, la amistad, la moral, la política y la riqueza. Este tipo de sentencias fueron muy utilizadas en la Antigüedad por su valor educativo: su brevedad las hace fácilmente memorizables, al tiempo que proponen un excelente punto de partida para la reflexión ética y filosófica.
   1.   El amigo cierto se halla en los asuntos inciertos.
2.   Planta árboles para que sirvan en otro siglo
3.  Disfruta de lo bueno cuando lo tengas y no te lamentes cuando ya no esté.
4. Por encima de todo, es propio del hombre la búsqueda de la verdad.
5.   El primer deber de la justicia es evitar que un hombre haga daño a otro.
6.   La base de la justicia es la confianza mutua.
7.  Hay dos clases de injusticia: una, la de aquellos que la llevan a cabo; otra, la de quienes pudiendo, no evitan que la padezcan otros.
8. Es posible tanto quitar la vida al padre sin cometer un crimen como es poco probable que se pueda matar a un esclavo sin caer en la injusticia.
9.  La amistad solo puede existir entre hombres buenos.
10. La amistad añade esplendor a la prosperidad y aligera la adversidad.
11. La primera ley de la amistad es ésta: que a los amigos pidamos cosas honradas y por los amigos hagamos sólo cosas honradas.
12.   Nada produce mayor alegría que la buena voluntad recíproca.
13.  No solo es ciega la Fortuna, sino que suele volver ciegos a los que abraza.
14. ¿No deberíamos imitar los campos fértiles, que dan mucho más de lo que reciben?
15.  Cuanto mayor la dificultad, mayor la gloria.
16.  Cuanto más altos estemos, más humildes debemos mostrarnos.
17. Por encima de todo, se ha de decidir qué tipo de persona queremos ser y qué tipo de vida queremos llevar; y éste es el dilema más difícil de todos.
18. Debemos mantener la ira lejos de nosotros, pus airado no hay nada que pueda hacerse rectamente, nada que sea razonable.
19. La casa ha de verse honrada por su dueño, no el dueño por la casa.
20.  La moderación es la ciencia de hacer y decir cada cosa en su lugar.
21. Siempre se ha buscado la igualdad ante la ley, y la ley que no es igual para todos no es tal.
22.  La generosidad no tiene fondo.
23.  El mayor privilegio de la riqueza es la oportunidad que ofrece de hacer el bien.
24. Verdaderamente prefiero un hombre carente de dinero que un dinero al que le falte el hombre.
25.  La primera obligación del que sirve a la administración del estado debe ser que los ciudadanos no sufran ninguna disminución de sus propiedades.
26. La cosa más importante en los cargos públicos es que eviten levantar incluso la sospecha de avaricia.
27. Lucrarse con el estado no sólo es inmoral; es criminal, una infamia.
28. He aprendido de la filosofía que de los males no sólo debe escogerse el menor, si no aún más, extraer cualquier elemento positivo que éste encierre.
29. Nada merece la pena perseguirse por sí mismo excepto lo moralmente correcto.
30. Si la deformidad física despierta cierta aversión, ¡cuánta debería suscitar la deformidad y el horror de un espíritu degradado!

sábado, 7 de febrero de 2015

Educar o fabricar (II): la educación humanística y los valores humanos.



Continúo con una entrada anterior en la que mostré mi rechazo por una educación basada en contenidos “prácticos” para el tiempo presente. A esta pedagogía  utilitarista se opone la formación en valores que debiera caracterizar todo currículo educativo de Humanidades.

El maestro de retórica del siglo I Marco Fabio Quintiliano,del mismo modo que otros pedagogos de la Antigüedad, consideraba que la educación elemental debe servir para formar seres humanos íntegros. Quintiliano buscaba educar a un orador excelente, pero ante todo, a una persona honesta, que supiera servirse éticamente de sus capacidades intelectuales. Para ello a mi parecer es necesario dotar a cualquier programa educativo de una orientación humanística, en la que nunca se pierda de vista que la esencia de toda formación consiste en mejorar a la persona, a través de la adquisición de habilidades pero sobre todo, de actitudes.

Da igual como sea el mundo de hoy o de mañana: aunque la sociedad evolucione por senderos imprevisibles; por mucho que se desarrolle la tecnología; aunque asistamos a descubrimientos fascinantes; aunque la ciencia cambie radicalmente nuestra manera de entender el mundo. Aun así, estaríamos cometiendo un grave error si permitimos que la educación se deshumanice, que pierda  su dimensión formadora en capacidades y valores, que los nuevos saberes y especialidades sepulten los fundamentos de nuestra cultura y conviertan a las personas en herramientas que manejan otras herramientas, en usuarios de máquinas y aplicaciones.


Esto no quita que sea necesario innovar en todos los ámbitos, de poco vale limitarse a imitar lo antiguo sin crear nuevas ideas y abrir otras posibilidades para el progreso. Por tanto, cambiemos en la educación cuanto sea necesario, pero permanezcamos vigilantes para mantener lo esencial. En educación los fines no pueden justificar los medios: no podemos hacer de ella una mercancía, no debemos convertirla en objeto de compra y venta, ni  entenderla únicamente como un recurso para alcanzar objetivos laborales o económicos. 

miércoles, 21 de enero de 2015

Pensamientos de Cicerón (I)

El orador romano Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) tuvo una vida excepcional. Desde unos orígenes relativamente humildes, gracias a sus habilidades intelectuales y sobre todo a unas superlativas facultades retóricas, llegó a convertirse en uno de los personajes más influyentes de su época: obtuvo importantes victorias judiciales, escribió algunas de las obras cumbres de las letras latinas, alcanzó el consulado y sintetizó para Roma las claves de la filosofía helénica.
Cicerón fue un apasionado estudioso de los textos antiguos, un brillante estilista del latín, y un consumado político. Su erudición y experiencia en primera línea de la vida pública de su tiempo le convirtieron en un hombre de extremada lucidez, conocedor como pocos de la naturaleza humana.
Por todo ello, Cicerón es uno de los autores antiguos cuyas reflexiones  han tenido un impacto más profundo en la posteridad. En el Renacimiento y durante la Edad Moderna sus obras gozaron de un enorme prestigio y difusión, y fue para numerosos humanistas el ideal humano por antonomasia.
Lo cierto es que muchas de las ideas de Cicerón siguen disfrutando de plena vigencia dos mil años después. En esta entrada y otra posterior, introduciré algunas citas de Cicerón que me parecen especialmente dignas de interés.

1.  Causa y principio de la filosofía es la ignorancia.
2. Que el hombre de bien mantenga sus ideales siempre delante de sus ojos.
3.  Me parece más digno de elogio lo que se hace sin ostentación y sin publicidad.
4. No hay auditorio de mayor autoridad que la conciencia.
5.   La justicia y la sabiduría no siempre concuerdan.
6.  La madre de la justicia  no es ni la naturaleza ni la voluntad, sino la flaqueza.
7.  Nada es más funesto para un gobierno, nada más contrario a la justicia y las leyes, nada menos cívico ni menos humano que hacer uso de la fuerza en un estado constituido.
8. La sabiduría toda consiste únicamente en no pensar que se sabe lo que se ignora.
9. Si es que la sabiduría se puede alcanzar, dediquémonos no sólo a perseguirla, sino también disfrutemos de ella.
10. En ocasiones se dan circunstancias en las que el esfuerzo y el dolor procuran un gran placer.
11. El sabio siempre se guía de la siguiente forma: rechaza el placer para conseguir otros mayores, o bien soporta males para evitar otros peores.
12. Epicuro proclama que nadie puede vivir felizmente sin vivir sabia, honorable y justamente, y nadie que sea sabio, honorable y justo deja de vivir felizmente.
13. Los codiciosos no recuerdan los bienes pasados ni disfrutan de los presentes, solo esperan los futuros, que como resultan por fuerza inciertos, les llevan a consumirse de angustia y temor.
14. El deber debe ser la única recompensa del deber.
15. El entero objetivo de la filosofía es la consecución de la felicidad.
16.  El sumo bien es vivir de manera armoniosa con la naturaleza.
17.  Es menester que el hombre, por la humanidad compartida, sienta que nada de otro hombre le es ajeno.
18. Debemos reflexionar quiénes somos para mantenernos fieles a nuestro propio carácter.
19. ¿Distingues al conciudadano del extranjero por su raza y procedencia en lugar de por su carácter y acciones?
20.  Que sólo el sabio es libre y que cualquier necio es un esclavo.



martes, 30 de diciembre de 2014

Faludy, Erasmo y los Días felices en el infierno.

Hace algún tiempo, mi tío Alfonso Martínez Galilea me regaló una biografía de Erasmo escrita por un autor húngaro de mediados del siglo XX al que no conocía: György Faludy.

La obra me gustó mucho, pues combina amenidad y erudición mientras reconstruye no solo la vida de Erasmo, sino también su mundo y su tiempo. A través de los ojos y la mente de Erasmo, Faludy nos permite acercarnos casi en primera persona a la época: los modos de vida, mentalidades, la cultura y la sociedad, se revelan al lector mediante los anhelos y preocupaciones de Erasmo, a través de sus propios escritos y de jugosas anécdotas recopiladas por el autor. Faludy propone un verdadero viaje en el tiempo en el que conoceremos varios países europeos, asistiremos a acontecimientos políticos y religiosos de primer orden, y nos encontraremos tanto con el erudito como con el hombre de la calle de un Renacimiento del que Faludy era un apasionado estudioso, lo que se plasma perfectamente en su relato vívido y evocador.

Sin embargo, Faludy es conocido sobre todo por su libro autobiográfico: My happy days in Hell, del que acabo de leer su traducción castellana, a cargo del mencionado Alfonso Martínez Galilea. Es un libro inteligente, divertido y provocador, una lectura recomendable por muchos motivos, aunque ahora solo haré alusión a algunos contenidos relacionados con la temática de este blog.

Por su formación, lecturas e intereses, podríamos considerar a Faludy un humanista del siglo XX, y son varios los pasajes en que él mismo confiesa que le hubiera gustado vivir en la Edad Antigua o en su admirado Renacimiento, y se emociona al recrear: “los cielos serenos y azules de Homero, la sabiduría de Marco Aurelio, los idilios de Teócrito, los filósofos paseando por la stoa…”.

Aún es más, Faludy da testimonio de la importancia de la educación humanística en su vida y en las circunstancias de su tiempo, pues argumenta que “la penetración de la ideología [comunista en Hungría] era más profunda cuanto menor el conocimiento de las humanidades”. Por tanto agradece que sus conocimientos del mundo grecolatino le salvaran de abrazar ideologías irracionales, puesto que la filosofía en cierto modo le inmunizó contra ello.

Incluso en los momentos más difíciles de su cautiverio (que en cierto sentido recuerda al sufrido por Boecio), Faludy siguió sosteniendo que la formación clásica protege el alma, y tomó como referencia a Sócrates: “Porque en él había aprendido que ningún hombre puede identificarse con la ley y con la moral pública de su ciudad si su daimon interior no las aprueba (…) el daimon socrático no puede hacer otra cosa que negarse a aceptar los eslóganes sucesivos y contradictorios”.

En suma, entre otras muchas cosas, la obra de Faludy aporta interesantes reflexiones sobre la importancia de la educación humanística frente a una formación dirigida por ideologías económicas, políticas, patrióticas o religiosas.

No acabaré sin dedicar un par de líneas a la excelente traducción de la obra a cargo de mi tío Alfonso, que ha castellanizado la voz de Faludy de manera muy fluida, rica y coherente. El estilo de Faludy es original, complejo y contiene muchos matices, que no se pierden en una traducción castellana ágil y natural. El Faludy hispanohablante utiliza un vocabulario amplio y de gran riqueza, acorde con su época y formación, pero al mismo tiempo mantiene siempre un ritmo adecuado, y por así decirlo, suena muy bien.




viernes, 19 de diciembre de 2014

Educar o Fabricar (I): El ser humano como recurso y herramienta.




En ocasiones tengo la sensación de que nos estamos encaminando hacia una educación utilitarista que contempla a las personas como herramientas. Los currículos educativos exigen una especialización creciente con el fin de adaptarse a las necesidades del mercado laboral. Debido a ello, la educación tiende cada vez más a ocuparse únicamente de dotar al educando de habilidades y actitudes prácticas para desempeñar un puesto de trabajo en la sociedad contemporánea.

Hoy educamos ingenieros, economistas, químicos, bomberos, políticos, y toda una serie de profesionales y técnicos que tienen que superar algunas pruebas de contenidos o prácticas relacionadas con su oficio, pero a mi parecer, los programas educativos a menudo descuidan la formación humana.

Considero que resulta imprescindible educar a la persona que tiene que desempeñar esas profesiones: el individuo que va a ser policía, médico, mecánico o agricultor no debe conocer únicamente las bases de su oficio, sino desempeñarlo de forma responsable de acuerdo a unos valores determinados. Se trata ante todo, de formar a la persona que ejercerá una profesión.

Lamentablemente, las exigencias mercado laboral ejercen un proceso deshumanizador del trabajador, al que se considera un “recurso humano”, una cifra más en la vorágine de números que componen el beneficio empresarial. Ante este todopoderoso objetivo, las personas que trabajan importan únicamente en cuanto factores de producción, que pueden ser sustituidos o desechados según intereses estrictamente económicos.

No puede asumirse que los colegios y universidades corran el riesgo de acabar convirtiéndose en fábricas; y la educación, en un proceso fabril que moldee seres humanos en cadena. La educación exclusivamente técnica adiestra a la persona para que sea capaz de manejar máquinas, tecnología, o conocimientos apropiados para desempeñar un trabajo específico, sin importar lo que suceda en el resto de ámbitos de la vida: fabrica una herramienta (la persona) que utiliza otras herramientas (ordenadores, vehículos, idiomas, etc.), con un fin preciso y obligado.

Los vaivenes y necesidades del mercado laboral descalifican al trabajador incapaz de adaptarse a sus necesidades. Sucede con esto lo mismo que pasa cuando la tecnología se queda obsoleta: se tira y se reemplaza por otra más nueva. Así, si no se necesitan abogados, arquitectos, camioneros o jardineros, se prescinde de ellos o se sustituyen por “repuestos” más acordes con las cambiantes circunstancias de nuestro mundo moderno.

Ello lleva a plantearse algunas preguntas: ¿somos los humanos desechables?, ¿se espera que nos comportemos como autómatas?, ¿se nos considera meramente como productos o como consumidores de productos?

Ante estos y otros interrogantes, la única salida posible es desarrollar una educación integral, que forme a la persona sin tener en cuenta exclusivamente las necesidades de una sociedad determinada, sino que incorpore también la adquisición de unos valores y actitudes vitales adecuadas para todo tiempo y lugar. Me refiero a un tipo de educación capaz de formar personas autónomas, con capacidad de aprendizaje autodidacta, con una gran dosis de sentido común, dotadas de sensibilidad, con capacidad crítica consigo mismas y con su entorno, autoexigentes y con objetivos personales, etc. En suma, personas preparadas para afrontar las vicisitudes que se encuentren en el camino, flexibles y adaptables a diversos modos de vida y circunstancias laborales.

De ello trataré en la siguiente entrada, en la que defenderé la importancia de las Humanidades para la formación personal.