En ocasiones tengo la sensación de
que nos estamos encaminando hacia una educación utilitarista que contempla a
las personas como herramientas. Los currículos educativos exigen una
especialización creciente con el fin de adaptarse a las necesidades del mercado
laboral. Debido a ello, la educación tiende cada vez más a ocuparse únicamente
de dotar al educando de habilidades y actitudes prácticas para desempeñar un
puesto de trabajo en la sociedad contemporánea.
Hoy educamos ingenieros, economistas,
químicos, bomberos, políticos, y toda una serie de profesionales y técnicos que
tienen que superar algunas pruebas de contenidos o prácticas relacionadas con
su oficio, pero a mi parecer, los programas educativos a menudo descuidan la
formación humana.
Considero que resulta
imprescindible educar a la persona que tiene que desempeñar esas profesiones:
el individuo que va a ser policía, médico, mecánico o agricultor no debe
conocer únicamente las bases de su oficio, sino desempeñarlo de forma
responsable de acuerdo a unos valores determinados. Se trata ante todo, de
formar a la persona que ejercerá una profesión.
Lamentablemente, las exigencias
mercado laboral ejercen un proceso deshumanizador del trabajador, al que se
considera un “recurso humano”, una cifra más en la vorágine de números que
componen el beneficio empresarial. Ante este todopoderoso objetivo, las
personas que trabajan importan únicamente en cuanto factores de producción, que
pueden ser sustituidos o desechados según intereses estrictamente económicos.
No puede asumirse que los colegios
y universidades corran el riesgo de acabar convirtiéndose en fábricas; y la
educación, en un proceso fabril que moldee seres humanos en cadena. La
educación exclusivamente técnica adiestra a la persona para que sea capaz de
manejar máquinas, tecnología, o conocimientos apropiados para desempeñar un
trabajo específico, sin importar lo que suceda en el resto de ámbitos de la
vida: fabrica una herramienta (la persona) que utiliza otras herramientas
(ordenadores, vehículos, idiomas, etc.), con un fin preciso y obligado.
Los vaivenes y necesidades del
mercado laboral descalifican al trabajador incapaz de adaptarse a sus
necesidades. Sucede con esto lo mismo que pasa cuando la tecnología se queda
obsoleta: se tira y se reemplaza por otra más nueva. Así, si no se necesitan
abogados, arquitectos, camioneros o jardineros, se prescinde de ellos o se
sustituyen por “repuestos” más acordes con las cambiantes circunstancias de
nuestro mundo moderno.
Ello lleva a plantearse algunas
preguntas: ¿somos los humanos desechables?, ¿se espera que nos comportemos como
autómatas?, ¿se nos considera meramente como productos o como consumidores de
productos?
Ante estos y otros interrogantes,
la única salida posible es desarrollar una educación integral, que forme a la
persona sin tener en cuenta exclusivamente las necesidades de una sociedad
determinada, sino que incorpore también la adquisición de unos valores y
actitudes vitales adecuadas para todo tiempo y lugar. Me refiero a un tipo de educación
capaz de formar personas autónomas, con capacidad de aprendizaje autodidacta, con
una gran dosis de sentido común, dotadas de sensibilidad, con capacidad crítica
consigo mismas y con su entorno, autoexigentes y con objetivos personales, etc.
En suma, personas preparadas para afrontar las vicisitudes que se encuentren en
el camino, flexibles y adaptables a diversos modos de vida y circunstancias
laborales.
De ello trataré en la siguiente
entrada, en la que defenderé la importancia de las Humanidades para la
formación personal.
Completamente de acuerdo con tu análisis, que no podía ser más claro y conciso. Esperaremos, pues, con impaciencia, tu siguiente entrada. Un abrazo. David
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